Vasia.

vasia

Levantó la manga y pude ver su brazo roto, erosionado, cientos de heridas delgadas en él.

Es la punta de un compás, una hoja de afeitar o el aluminio de una lata. Pasa despacio su dedo por el borde haciendo cortes paralelos, cosntantes, pequeños. En sus muslos hay cientos también, dice son líneas largas moradas, desordenadas. Una vez, por la noche no encontró mas que clips, enderezó el flaco alambre y lo encajó 7 veces en su ombligo. No es su cara, tampoco el cuello. Es el vientre, axilas y pelvis; es de tajo el pezón cortado son sus muslos desgajados.

Ocurrió a los 16, no supo llorar, gritar o golpear la almohada; tampoco hubieron amigos, nunca existieron. Fué con una corcholata, rayó su brazo y espantado chupó la sangre. Un poco de placer, de frio en su piel; tras la adrenalina, el sueño. Hoy las grietas que le cubren parecen ser mapas antiguos, marañas de signos y letras; metáforas del miedo, de oidos que no atendieron.

3 fueron las veces que lo metieron al sanatorio, 3 las que escapó de él. Ya no corre más, el viejo hotel Roosvelt (Hastings E-166) es donde ahora queda. Sobrevive a habitaciones sin puerta, pisos sin duela y rostros que solo dopado reconoce. Papá costéa los gastos, nunca es suficiente mendigar o posar desnudo a algún fotógrafo retorcido.

Tal vez la anemia, o los antidepresivos que chupa inhiben la coagulación, sus cortes ya no cierran, empieza la infección...

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